Recostada sobre las orillas del azul Mediterráneo, la barriada de Miraflores de El Palo se presenta a todos como uno de los rincones más bellos y acogedores de la esplendorosa capital malacitana.
El Palo, bordeado por las montañas que le cierran el Norte, ha encontrado, desde los tiempos más remotos, el fácil acceso a su carretera de la costa -hoy hartamente saturada de tráfico- y ha buscado su expansión natural por el mar, convirtiéndose, desde tiempos inmemoriales, en un asentamiento eminentemente marítimo y pesquero que le ha hecho conservar latente su marcado destino de barrio marinero.
Cuando, a vista de pájaro, desde las alturas de los llamados Cerros de San Antón, dirigimos nuestra vista hacia la planicie costera que actualmente constituye la hermosa barriada, sentimos profundamente el placer de contemplar y saborear un lugar apacible, brillante por el sol, la cal y la gracia de sus casas, donde se observa la más variada arquitectura, desde las más pobres y misérrimas viviendas, hasta los más elegantes y suntuosos chalets, desde la casa mata hasta el imponente bloque de innúmeras ventanas que, como puntos negros en la blancura de los edificios, se hacen resaltar en la fisonomía del paisaje. Y es que todo el panorama que se divisa destila alegría y belleza; los geranios trepan por los muros hacia los balcones cercanos; las macetas adornan las viviendas; los árboles salpican o alegran las calles y los canales serpenteantes de sus arroyos laterales rubrican con acierto una perspectiva inolvidable. Tan agradable contemplación nos hace sumirnos en antiguos recuerdos -ya desaparecidos- de carreteras, trenes, cuevas, chozas, pregones, atarazanas... y tantos otros que nos asaltan ofreciéndonos un maravilloso contraste con las verdeantes urbanizaciones de las faldas de San Antón, las de El Candado, con su moderno puerto deportivo, o la reciente construcción del Paseo Marítimo, que impregnado de ambiente turístico ha venido a sustituir el sabor marinero que disfrutaban cientos de sufridos pescadores, los cuales con sus anticuadas artes y embarcaciones, se ganaban a diario el sustento en el mar otrora rico en la pesca del sabroso boquerón o del menudo chanquete.
Es El Palo camino obligado de Málaga para el viajero que acude a ella desde la parte oriental y, sin duda alguna, no es sólo la razón de su clima lo que ha hecho que el visitante se quede por tiempo prolongado en esta tierra acogedora y sencilla, presta a la hospitalidad, cruce de montañas invitadoras a la paz y al sosiego, y las playas que, aunque no han logrado defender su virginidad emocional, nos hacen brotar nuevos sentimientos gracias a la variada gama de paseos, merenderos, playas, chiringuitos, espigones, bañistas, etc.
Hay que reconocer que el transcurso del tiempo ha sido, sin duda, la causa de la pérdida de muchos de los más acusados perfiles que El Palo poseía. Sin embargo, se sigue conociendo como la barriada marinera de Málaga, pues, no en vano, fu e durante siglos fiel exponente de un barrio de pescadores que, aunque hoy sólo va quedando en el recuerdo, no deja de permanecer en la conciencia de una gran parte de su nutrida población.
La barriada la va transformando rápidamente el tiempo. Unas veces se va consiguiendo a expensas de la iniciativa oficial; otras, las más, se debe casi fundamentalmente, a la iniciativa privada. Es una tierra en permanente cambio. Y así, han ido surgiendo urbanizaciones modernas cuya prestancia y acomodo es acicate importante para atraer a innúmeras familias, que deciden elegir la barriada para su asentamiento definitivo. Y observamos el continuo éxodo de los pueblos cercanos, e incluso de la capital, hacia este rincón malagueño que mejora día a día su fisonomía, gracias al espíritu mercantil del nativo que va agudizando su afán de empresa encontrando nuevos derroteros, y a esa libre iniciativa -que ya comentábamos- de los forasteros que establecen sus atrayentes comercios en un barrio que promete halagüeño futuro por su continuo crecimiento.
No todo es positivismo en la estructura de la barriada, tiene también defectos más o menos acusados o encubiertos; pero su desarrollo costero, comercial y urbanístico aumenta sin cesar y suple con creces las dificultades o problemas aún sin resolver. Desde la montaña, la barriada paleña, vital y atareada, ofrece el sonoro ruido de su trabajo cotidiano, para distraer la parsimoniosa y aquietada holganza de los tranquilos chalets diseminados por las faldas verdeantes de las alturas. Atrás han quedado las viejas calles inhóspitas del antiguo casco paleño, todo se ha ido remozando, y hasta los rincones más humildes presentan el encanto de lo tradicional, lejos ya de los tintes sombríos que ofrecían las primitivas chabolas y cuevas de la barriada.
Su crecimiento demográfico -cuenta, cuando esto escribimos, con 39.167 habitantes, según el censo de 1994-, ha forzado su crecimiento mercantil y turístico; pero todo ello ha ido paralelo con el desarrollo cultural de la zona. El elevado índice de analfabetismo exigía y reclamaba nuevos centros de cultura, los cuales se han construido para atender a toda la población infantil y actualmente poseen la barriada y sus alrededores innumerables escuelas públicas y privadas, centros de rancio abolengo estudiantil como San Estanislao, la Asunción o la Presentación; Instituto de Enseñanza Media, Escuela de Formación Profesional y Escuela Universitaria de Graduados Sociales, todo ello fiel y seguro exponente del actual clima intelectual de la barriada.
Su cercanía a la capital hace que, de manera espectacular, el intercambio de personas viajeras sea constante, y el tráfico ha alcanzado en los últimos tiempos límites insospechados, lo que ha hecho que las autoridades competentes hayan decidido la construcción de una nueva carretera a
Málaga, desde la parte oriental, por el interior, es decir, por la parte montañosa que rodea a la barriada.
En cuanto a la parte espiritual, queda atendida con sus dos Parroquias, Ntra. Sra. de las Angustias y San Juan de la Cruz y diversas capillas de colegios, donde los paleños pueden orientarse hacia lo trascendente, hacia Dios. Porque esencialmente el hombre no puede vivir sin religión. Le es indispensable el amor y eso es lo que justamente le da Dios al hombre. "El hombre permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente" (1).
Y valgan estas últimas líneas, por su esfuerzo silencioso y su fidelidad, para el pescador paleño, el hombre que a lo largo de la tradición de la barriada fu e símbolo de paciencia, riesgo y aventura, constituyendo una soberbia estampa de compañerismo, de obediencia a sus costumbres, que no figuraban escritas en ninguna parte, y que lo mismo fabricaba una jábega o una sardinal, que se pasaba largas horas hundiendo sus pies desnudos en la arena tirando del copo o aparecía con sus cenachos repletos de pescado, lanzando al aire, por las calles del barrio, el pregón vibrante y enronquecido que anunciaba su fresca, reluciente y viva mercancía recién extraída de la mar de sus sudores.
No podemos hacer mención del pescador si no hacemos referencia a la Virgen del Carmen. El jabegote, filosófico y solitario, ha puesto siempre su actividad junto a la Virgen, ha colocado su estampa en lo mejor de su humilde vivienda, ha elegido su nombre para su familia, se ha colgado del cuello un pequeño escapulario de la Virgen buscando su protección, ha pronunciado su nombre en cuantos apuros se ha encontrado y la ha llevado en su embarcación implorando su consuelo y ayuda. Por eso, todos los años, cuando llega la festividad de la Virgen del Carmen -16 de julio- los jabegotes procesionan a su Virgen por las calles del barrio, porfiando por entronizarla con los mejores adornos, y cargarla sobre sus hombros hasta llevarla a la playa, al rebalaje de sus esfuerzos y faenas, y posarla cuidadosamente en la mejor de sus jábegas, engalanada con sumo gusto y esmero, para pasearla con entusiasmo y devoción no contenida por la mar mediterránea, mientras una abigarrada almáciga de gentes vitorea con verdadera emoción a la Madre de Dios, en un espectáculo vibrante e inenarrable, repleto de luz y de colorido, en un marco incomparable.
Tras estas reflexiones, que no tienen más finalidad que la de presentar al lector una síntesis del barrio paleño con sus perfiles y características más acusadas, queremos hacer constar aquí, que no hemos pretendido realizar un estudio exhaustivo de la barriada a lo largo de las páginas de este libro, sino significar los hechos, costumbres, leyendas e historias que han estructurado, con el devenir del tiempo, lo que actualmente es la barriada de Miraflores de El Palo. Si hemos conseguido nuestro propósito, sólo el lector lo discernirá; pero lo que sí podemos asegurar, es que el entusiasmo y la buena voluntad ha sido el lema que nos ha movido a escribir este modesto libro, que busca -com o acabamos de mencionar-, realizar una compilación de investigaciones, recuerdos y relatos ordenados y clasifica- dos, para dar a conocer lo que ha sido y lo que es esta barriada, en el hermoso complejo de la luminosa capital malacitana.
Y por último, queremos expresar nuestra gratitud honda y sincera a cuantas personas nos han ayudado con sus informaciones, a los que nos han permitido indagar e investigar en archivos y bibliotecas y a todos los que de un modo u otro nos han alentado para dar a la luz este primer libro sobre nuestra barriada, del que sólo Dios sabe el cúmulo de afanes que ha exigido la presentación del mismo. También sabe algo de ello el pequeño duende que, a hurtadillas de su legítimo descanso, ha ido rebuscando uno por uno, dentro y fuera del barrio, datos, fotografías, historias y anécdotas durante muchos meses de labor intensa y callada.
Los Autores.
(1) Juan Pablo II. Redemptor Hominis, n? 10.
JOAQUÍN RUANO (Autor de El Valle de las Viñas de Miraflores de El Palo).
JAVI LUKE (Administrador).
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